EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMAÍA GURTUBAY
España no debe perder Cuba por segunda vez
Felipe VI y Doña Letizia protagonistas del primer viaje oficial de unos reyes españoles a La Habana,capital de su antigua colonia de Cuba, en su 500 aniversario.
SANTIAGO J. SANTAMAÍA GURTUBAY
Con el historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, han descubierto los secretos y maravillas de La Habana Vieja los visitantes más ilustres, desde los expresidentes españoles Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar, al rey emérito Juan Carlos I o el expresidente norteamericano Barack Obama. A todos los acompañó Leal, igual que lo hizo meses atrás con Pedro Sánchez, quien mañana volverá a ser elegido para formar Gobierno, en las elecciones del 10-N. La visita del socialista, Eusebio lo consideró un “gesto de amistad”. El director del programa televisivo “Andar La Habana”, volverá a ser el “guía”, esta vez, de Felipe VI y Doña Letizia. “Es una visita muy significativa, pues con él viene todo el pueblo español. Dije un día que se puede prescindir de los políticos, pero de España no: España es consustancial a la naturaleza de nuestro pueblo, somos de la misma estirpe, un pueblo que puede perdonarlo todo menos que le pisen la capa. Nos han tratado de pisar la capa y aquí estamos”…
Los jóvenes Reyes dedicarán la última jornada de su viaje de Estado a Cuba, entre el 11 y el 14 de noviembre, a rendir homenaje a las víctimas del desastre de 1898, que marcó el fin del imperio español. Felipe VI y doña Letizia se trasladarán a Santiago de Cuba, donde visitarán al Castillo del Morro, para recordar a los más de 300 tripulantes muertos en el hundimiento de la flota del almirante Cervera, destruida por los acorazados de Estados Unidos, y a la loma de San Juan, donde perecieron 600 soldados españoles en la última batalla terrestre. Fuentes diplomáticas insisten en que la visita no constituye un gesto de apoyo al régimen cubano, sino la superación de una anomalía: el hecho de que Cuba fuera el único país iberoamericano que no había visitado hasta ahora un rey de España; mientras que sí lo han hecho mandatarios de Francia, Italia, o Portugal, el antecesor de Donald Trump e incluso dos Papas. En este marco institucional, subrayan las mismas fuentes, los reyes no tienen previsto ningún encuentro con la disidencia, aunque sí una audiencia privada con representantes de la sociedad civil no afines, aunque tampoco enfrentados, al régimen. El encuentro tendrá el mismo formato que el que mantuvo el presidente Pedro Sánchez cuando visitó La Habana, en noviembre del año pasado, y al que acudieron artistas, intelectuales, blogueros, dueños de paladares (restaurantes) o cuentapropistas (emprendedores), como el actor Jorge Perugorría, el escritor Leonardo Padura, premio Princesa de Asturias, o el cantautor Carlos Varela.
Felipe y Letizia saldrán de Madrid el día 11, pocas horas después de que se conozcan los resultados de las elecciones generales, y en La Habana se reunirán con el presidente cubano Miguel Díaz-Canel, darán un paseo por la Ciudad Vieja de la mano del historiador Eusebio Leal (al que el Consejo de Ministros ha impuesto la Gran Cruz de Carlos III) y visitarán el Museo de Bellas Artes, donde se expondrá un autorretrato de Goya cedido temporalmente por el Museo del Prado, entre otras actividades. El viaje de los reyes ha sido largamente preparado. Le precedió en noviembre pasado Pedro Sánchez, primer presidente español que visitaba la isla en 32 años, y este octubre ha estado el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, que ha cerrado los detalles de la agenda y ultimado el acuerdo marco de cooperación que se firmará con motivo de la visita de estado. El escenario en que se produce es, sin embargo, más delicado que hace un año debido a las crecientes dificultades económicas del régimen, ante la creciente presión de la Administración de Donald Trump, que ha endurecido el embargo o bloqueo sobre la Isla. El jueves 7 de noviembre las Naciones Unidas volvieron a aprobar la necesidad de poner fin al embargo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba, con 187 votos a favor, tres en contra y dos abstenciones. Además de los EU, dieron su voto negativo a la resolución de la ONU Israel y Brasil. La abstención fue protagonizada por Colombia y Ucrania.
Es imposible hablar de La Habana en su 500 aniversario sin recurrir al popular tema de Gerardo Alfonso “Sábanas Blancas”. En una variante criolla, a ritmo de trova y rumba cubana, Gerardo es capaz de izar bandera y hacer un verdadero homenaje a la capital de Cuba, a la Giraldilla que en empinada postura saluda cada día desde los balcones habaneros. Y es que solo Gerardo Alfonso sabe enamorar con su arte, con su música trovadoresca y nativa, capaz de aunar fuerzas y espíritus nobles en un solo verso. Siendo influido en su vida musical como compositor y cantante por la obra de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y los brasileños Caetano Veloso, Gilberto Gil y Milton Nascimento, Gerardo Alfonso ha sabido ampliar su reportorio y nutrirse de otros géneros y vertientes de la música cubana y el rock. Cualquier habanero lejos de su ciudad o quien haya vivido más de una década allí, es mi caso, recordará con dolor y añoranza las calles habaneras, la música de sus hogares, el calor de su gente, el Capitolio y la Catedral, como mencionara el propio Gerardo en su tema. De ahí que no exista mejor nombre para esta trova que “Sábanas Blancas”, reconocido como un título que refleja el argot popular del pueblo, el folclore y la cultura endémica, el estilo de vida informal y amistoso que caracteriza a los balcones habaneros, llenos de conversaciones altas entre vecinos y gritos airosos de felicidad.
Calificada de sencilla, emocional e inspirante, “Sábanas Blancas” es una de las trovas más conocidas internacionalmente, contribuyendo a transmitir la imagen de La Habana en el mundo, como una “ciudad maravilla” que se crece ante la adversidad gracias a su riqueza nativa, a su gente de bohío y centrales, a su rumba, a sus solares, a sus esperanzas de suerte y amor escondidas en las calles no lejanas al malecón habanero. Es por eso que, en su 500 aniversario, rememorar a La Habana con esta canción es hacer digno homenaje. Para ella, otra vez, hoy hay “Sábanas Blancas”… “Habana, mi vieja Habana, señora de historia de conquistadores y gente, con sus religiones, hermosa dama… Habana, si mis ojos te abandonaran…, si la vida me desterrara a un rincón de la tierra, yo te juro que voy a morirme de amor y de ganas, de andar tus calles, tus barrios y tus lugares… Cuatro caminos, Virgen de regla, Puerto de mar… Lugares, destinos… El largo muro del litoral, el Capitolio y Prado, con sus leones, sus visiones… Sábanas blancas colgadas en los balcones… Sábanas blancas colgada en los balcones… Habana, mi gran Habana. Costumbre de darle una vuelta a la ceiba de noche. Y fiestas en casas de barrios modernos y pobres, de gente noble… Habana, si mis ojos te abandonaran… Si la vida me desterrara a un rincón de la tierra, yo te juro que voy a morirme de amor y de ganas, de andar tus calles, tus barrios y tus lugares… Virgen del Camino, nuevo Vedado residencial, lugares, destinos… Faro del Morro y la Catedral… Barrios pequeños y llenos de tradiciones y emociones… Sábanas blancas colgadas en los balcones. Sábanas blancas colgadas en los balcones… Sábanas blancas colgadas en los balcones”.
Mes y medio antes de aprobarse la Constitución Española, el 9 de septiembre de 1978, se produjo el primer viaje oficial de un presidente español a la isla, el de Adolfo Suárez. La visita no solo era importante por su simbolismo, recién estrenada la democracia. Además de revitalizar los lazos culturales y económicos, aletargados tras el largo apagón de Franco, el viaje tenía un morbo geopolítico considerable: se trataba del primero de un líder occidental a Cuba, en momentos en que el campo socialista parecía indestructible y el alineamiento cubano con la antigua Unión Soviética era absoluto. Aunque alérgica al comunismo, la España de Franco nunca quiso romper con la Cuba de Fidel Castro: el turrón y el brandy Terry Malla Dorada sobrevivieron en la mesa y en el imaginario de los cubanos a la temprana expulsión de La Habana del embajador Juan Pablo de Lojendio, en enero de 1960, tras lo cual ambos países pasaron 14 años con relaciones diplomáticas mermadas. Sin embargo, el turrón de Jijona, en la isla, y el azúcar, los puros y el ron cubano que España siguió comprando fueron en aquellos años difíciles los mejores embajadores, y ni siquiera tras la visita del presidente Eisenhower a España Franco quiso sumarse a la política de aislamiento estadounidense. Si bien en 1978 a Estados Unidos no le hizo ninguna gracia aquella visita, Suárez entendió que se trataba de un reencuentro necesario y así, aquel 9 de septiembre de 1978, a las doce en punto del mediodía, se abrieron las puertas del DC-8 que lo llevaba desde Venezuela. El recibimiento fue apoteósico. Fidel y Raúl Castro al pie de la escalerilla del avión, 21 salvas de artillería, los himnos de España y Cuba a todo dar y miles de personas saludándolos con banderitas de ambos países y, de fondo, un gran retrato del presidente Suárez con el lema de “Viva la amistad hispano-cubana”.
Había ganado las elecciones en 1982, pero Felipe González no había pisado Cuba ni quería enviar todavía a su ministro de Asuntos Exteriores, así que en mayo de 1986, con la excusa de hacer un atlas, mandó en avanzadilla a su ministro de la presidencia, Javier Moscoso del Prado. Fidel lo recibió en el Palacio de la Revolución y allí hablaron durante cuatro horas de todo lo imaginable, del pulpo al imperialismo, hasta que en un momento de la conversación, después de transmitirle el ministro todo lo que lo estimaba Felipe, el comandante le dijo que se dejase de cuentos: si lo quería tanto, que fuera por fin a Cuba en visita oficial o enviara al rey, o sino que lo invitase a él a ir a España. Si el problema eran las relaciones con Estados Unidos, bromeó, él no tenía ningún inconveniente en que la isla se convirtiera en la 18 autonomía española; se sometía a referéndum en los dos países y ya estaba: pronosticaba el comandante que el resultado sería arrollador, tanto en Madrid como en La Habana, y, de ese modo, el rey de Cuba sería también don Juan Carlos. En la libreta de notas de aquella visita, Moscoso anotó: “Tiene verdadero interés y obsesión con el viaje”. Por fin, la tarde del 13 de noviembre de 1986, Felipe González desembarcó en La Habana con un amplio séquito, incluidos Javier Solana, entonces Ministro de Cultura, y el secretario de la presidencia, Julio Feo. Fidel lo abrazó al pie de la escalerilla del avión, y poco después de un cálido recibimiento oficial en el Palacio de la Revolución, la vista entró en modo off, pues Castro se lo llevó a pescar a Cayo Piedra, un islote caribeño donde pasaron dos días junto a su gente de confianza, incluidos los escritores Gabriel García Márquez y el peruano Alfredo Bryce Echenique, que ejercieron de desengrasante.
La prensa española habló de “secuestro” y de “visita extraña”, pues nadie supo en verdad dónde estaban ni se programó acto oficial alguno en las siguientes 48 horas. Lo real es que salieron en barco: Felipe pescó a cordel y Fidel submarino y “sobre cubierta se habló de todo, de lo importante y de lo no importante, y más bien de lo segundo”, le contó “Gabo” a quien escribe tiempo después. Entre chapuzones, vino, cerveza y crudos de langosta el clima fue relajado, aunque por el trasfondo de las relaciones circulaban corrientes subterráneas: a Fidel no se le olvidaba que Felipe había renunciado al marxismo en el XXVIII Congreso del PSOE (1979), y, menos aún, que su amigo acababa de meter a España en la OTAN, algo que no le gustaba nada.
El barco en el que salieron a pescar tenía fascinado a González -era un regalo del ex presidente mexicano Luis Echeverría-, y se quejó del escándalo que le habían formado en España por navegar en el Azor, que no era ni la mitad de grande. “Es que eso no se hace, Felipe. Un yate de Franco se le vende a un magnate norteamericano por una tonelada de dólares, y después, por media tonelada te compras uno igualito a este”, fue la respuesta del comandante, recuerda Bryce Echenique en sus antimemorias “Permiso para vivir”. Bromas y coincidencias hubo muchas, pero también fricciones, como un día comiendo, cuando Fidel espetó a su homólogo: “¿Y tú, Felipe, cómo permites que escriba en los periódicos un gusano como Valladares [poeta cubano exiliado después de haber pasado años en la cárcel acusado de terrorismo contrarrevolucionario]? Felipe, recuerda Bryce, bajó el tono, pero le respondió que cómo iba a impedir él a nadie que publicara donde le diera la gana, y en eso “Gabo”, que actuaba de maestro de ceremonias, hizo un guiño a Bryce: “Canta algo aunque sea por peteneras”, y la tensión se disolvió.
Dos días después de aterrizar en La Habana, reaparecieron muy bronceados Felipe, Fidel, “Gabo”, Bryce y todo el séquito en el cabaret Tropicana. Al terminar el show todos subieron al escenario y allí se hicieron la famosa foto, Felipe al lado de la cantante Linda Mirabal y rodeado de bailarinas de ébano, todo lleno de plumas y lentejuelas, imagen que fue caballo de batalla de la derecha contra el PSOE. Cada vez que se querían criticar a González se publicaba la foto. El viaje terminó al día siguiente, 16 de noviembre, con paseo por La Habana Vieja, encuentro con la colonia española y algún otro acto oficial. Como resultado de la visita se atendieron dos viejas reclamaciones españolas: se firmó el acuerdo para el pago de indemnizaciones a ciudadanos españoles damnificados por la revolución, y el preso español Eloy Gutiérrez Menoyo fue liberado días después de marchar Felipe. En lo económico, se impulsaron diversos acuerdos comerciales y ampliaron las esferas de colaboración, y al rebufo institucional de aquel viaje numerosos empresarios españoles llegaron a Cuba y tejieron lazos que duran hasta hoy, cuando la isla es el segundo receptor de exportaciones españolas en América Latina.
Se fue Felipe y poco después se precipitó el cataclismo socialista. Gorbachov desató la perestroika y Fidel dijo “no” a los consejos de González para sumarse a los cambios, y al tiempo que los discursos en Cuba terminaban con la consigna “Socialismo o Muerte”, las relaciones hispano-cubanas se fueron deteriorando. Las broncas de Fidel y Felipe se hicieron cada vez más sonoras. Un día el español le dijo que la alternativa era cambiar o inmolarse como en Sagunto, y la respuesta fue: “Preferimos Sagunto a claudicar”. Así continuaron las cosas hasta que, en un momento asfixiante para la isla -el PIB cubano descendido un 35% en tres años-, ambos presidentes sellaron una tregua y Felipe mandó en viaje secreto a Carlos Solchaga, su exministro de Economía, para que asesorara una posible reforma cubana, que obviamente no se dio. El culebrón no se aplacó. Un día García Márquez convocó un periodista en su casa de La Habana para contarle una anécdota, pero que reflejaba bien cómo andaba por entonces el mambo. “Gabo” iba a viajar a España y lo había llamado Fidel: ¿Vas a ver a tu amigo Felipe? Seguro lo veré. Bueno, pues dile de mi parte que es tremendo remaricón. Increíble, pero cierto, en medio del colapso socialista, fue un exministro de Franco, Manuel Fraga Iribarne, quien viajó a Cuba con tonelada y media de pulpo para dar un poco de aire a las relaciones bilaterales.
El avión Rías Gallegas de Iberia aterrizó en La Habana con siete horas de retraso. Eran las 2:05 de la madrugada del 24 de septiembre de 1991, y el momento político en Cuba no podía ser peor. El socialismo en Europa del Este acababa de desbarrancar y en Occidente nadie apostaba por la revolución de Fidel Castro, pero en eso llegó Manuel Fraga Iribarne, por la gracia de Dios y del millón de gallegos que lo habían elegido presidente de la Xunta dos años antes. Fraga tenía 68 años. Fidel acababa de cumplir 65, y ambos eran hijos de emigrantes gallegos que habían llegado a la isla con lo puesto y buscando progresar; ese era su punto de contacto. Pese al retraso del vuelo, y aunque por protocolo no era necesario, Fidel recibió a Fraga en el aeropuerto y le brindó honores de jefe de Estado. Sonaron en la pista las primeras gaitas sopladas por gaiteros negros y mulatos, y, al escuchar el inicio de “Os Pinos”, Fraga se emocionó. Al atacar la banda el “…de tu verdor ceñido/y de los benignos astros/confín de los verdes castros/y tierra valerosa”, el presidente de la Xunta rompió a llorar inconteniblemente al recordar que el himno de Galicia fue estrenado en el teatro del Centro Gallego de La Habana allá por 1907. Fue la tónica de todo el viaje: una visita de alta carga política, pero todavía con más contenido emocional, pues don Manuel había pasado los primeros años de su infancia en el batey del central azucarero de Manatí, donde su padre sirvió al administrador, el Marqués de Aguayo.
En lo político, Fraga condenó el embargo norteamericano, lo cual fue considerado un triunfo de Castro en momentos en que EU recrudecía la presión. Pero no tuvo pelos en la lengua para decir lo que pensaba sobre los derechos humanos, reclamar la devolución del Palacio del Centro Gallego o dar su opinión sobre lo que le preguntaban. Un día lo llevaron a una fábrica de televisores y, al terminar, el director le preguntó qué le había parecido: “Mire lo que le voy a decir, querido amigo. Dejen que los japoneses fabriquen los televisores y dedíquense ustedes al turismo”. El líder cubano había acompañado a Fraga en muchas de sus actividades y una noche rompió el protocolo y accedió a hablar con los informadores, mostrando dominio absoluto de la política interna española. Para empezar, ninguneó a Felipe al calificar las relaciones con España de “simplemente normales”. Después elogió a Fraga, dijo que “podría estar hablando 100 horas” con su invitado y, a la cuestión de si no se sentía extraño al compartir amistad con un exministro de Franco, el hijo de don Ángel Castro, el vecino de Láncara que marchó a combatir a la guerra de Cuba a finales del siglo XIX y se quedó, respondió que “en absoluto. Nosotros le decíamos de todo a Franco, pero la verdad es que su actitud fue intachable, nunca quiso romper relaciones con Cuba”. Tras el viaje, Cuba liberó a un centenar de presos y poco después se celebró en la isla el IV Congreso del Partido Comunista, que reiteró que en Cuba no habría perestroika ni transición. Al año siguiente, Fidel Castro participó en la cumbre Iberoamericana de Madrid y después visitó a Fraga en su feudo, cumpliendo un viejo sueño. Al ver la humildísima casa natal de su familia en Láncara, Fidel se emocionó. “Ahora entiendo por qué tuvieron que emigrar nuestros padres”, le dijo al presidente de la Xunta.
Desde el mismo día en que asumió la presidencia, José María Aznar enfiló los cañones contra la Cuba de Fidel Castro. Como candidato, en sus giras por Centroamérica y EU se había paseado en el avión privado del líder de la Fundación Nacional Cubanoamericana, Jorge Más Canosa, el archienemigo de Castro, así que en La Habana lo tenían bien catalogado. Días después de jurar el cargo, en mayo de 1996, Aznar anunció que suspendía la cooperación oficial con Cuba, y lo hizo en el transcurso de una conferencia de prensa conjunta con el vicepresidente del Gobierno estadounidense, Al Gore, que estaba de visita en Madrid. Gore le agradeció el gesto inesperado y le dio una palmadita en el hombro. Buen muchacho. Meses después, “el caballerito del bigotico” (así lo bautizó el Comandante) promovió en la Unión Europea una posición común que condicionó las relaciones de la UE a la democratización y avance de los derechos humanos en Cuba, enfriando durante casi dos décadas los intercambios entre Bruselas y La Habana. Con estos antecedentes, y con su famosa declaración de “el Rey irá a Cuba cuando toque”, realizada en marzo de 1998 para abortar la creciente presión en favor de un viaje oficial de don Juan Carlos y doña Sofía, llegaron Aznar y el Rey a La Habana en noviembre de 1999 para participar en la IX Cumbre Iberoamericana.
Poco antes de volar hacia la capital cubana, Aznar se despachó en Centroamérica con unas declaraciones cuando menos poco diplomáticas: “En Cuba nada cambiará mientras Castro esté en el poder”, dijo, y se quedó tan ancho. Aterrizó Aznar sin pena ni gloria, pero al llegar poco después el avión del Rey apareció Fidel y, rompiendo el protocolo, invitó a subir a su coche al Monarca para acompañarlo hasta la residencia del embajador español, donde se hospedaría durante su estancia. Aznar se quedó allí solo, tieso y con cara de malas pulgas durante varios minutos, hasta que se fue en su coche al hotel Meliá Habana. La entrevista a solas entre Fidel y el Rey que Aznar quiso evitar a toda costa se produjo de este modo, y aquellos 20 minutos largos de conversación en el coche dieron la clave de lo que sería aquel viaje y de quiénes se convertirían en los protagonistas de la cumbre. Durante los tres días siguientes, Aznar, el Rey y Fidel Castro ofrecieron un espectáculo digno del ‘Camarote de los Hermanos Marx’, dejando perplejos a los informadores. Los malos modos de Aznar, que llegó a abandonar durante un largo rato una comida con los presidentes iberoamericanos mientras hablaba Castro, contrastaron con el buen humor de don Juan Carlos, al que el presidente cubano agasajó en todo momento.
Si Aznar fue agrio, el Rey siempre tuvo una sonrisa en los labios y dio una imagen de simpatía, actitud que no le impidió llamar a las cosas por su nombre y afirmar: “Solo con una auténtica democracia, con la plena garantía de las libertades y en el escrupuloso respeto de los derechos humanos, podrán nuestros pueblos enfrentar con éxito los desafíos del siglo XXI”. Lo dijo durante la cena de bienvenida que ofreció Castro, pero su tono no molestó a los ministros del Gobierno cubano, pese a lo claro del mensaje. La actitud de Aznar fue la contraria durante toda la cumbre. Su rostro siempre reflejó seriedad y hasta disgusto cuando el líder comunista pronunció alguna frase de barricada. Durante la cena de gala, el comandante situó al Monarca español a su lado y lo sorprendió con un regalo inesperado: un retrato de sus padres, realizado durante el viaje que hicieron a La Habana en 1948 los condes de Barcelona. El regalo emocionó a don Juan Carlos, que dijo que el detalle le había llegado al corazón. Cada pequeño guiño o complicidad entre ambos tuvo inmediato reflejo contrario en el rostro de Aznar, bautizado por los periodistas como la chaperona, por el marcaje tan de cerca que hizo al Rey para no dejarlo a solas con Castro ni un segundo.
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