EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El ‘rosario’ del presidente de México

El juez que encarceló a la exministra de Enrique Peña Nieto, es pariente de una senadora de Morena. La “Carne Trémula” de Pedro Almodóvar es “Rosario Trémula”…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

“Devuélveme el rosario de mi madre”, es una canción entrañable que interpretaba María Dolores Pradera y que al director manchego, Pedro Almodóvar, le sirvió de tema musical para su película “Carne Trémula”. Hoy no te piden devolver rosarios y fotos; hoy se pelean por un piso, un coche, la mitad de una paga y unos hijos víctimas, inocentes del egoísmo y la estupidez de un hombre y una mujer que, en vez de buscar la forma de curar la causa que les puede llevar al divorcio, se empeñan en completar sus defectos. Las estadísticas sobre los divorcios y separaciones, en España, en la última década, se han duplicado. Las cifras no difieren mucho en México y otros escenarios latinoamericanos. Llama la atención las separaciones de mayores de los 60 años, mismos que arrastraban décadas de convivencia. Los y las psiquiatras y psicólogos freudianos, lacanianos, chilenos y argentinos que psiquiatrizaron España, en tiempos de las dictaduras militares de Videla y Pinochet, cuando razonaban al respecto, hasta evitaban hablar del amor, primando los modelos políticos y sociales imperantes en décadas del pasado siglo, “made in EU o Rossíya”, el capitalismo de Washington y el socialismo de Moscú. El cantautor y poeta andaluz, Joaquín Sabina, puso al amor en su sitio con los versos de su canción “Contigo”: “Y morirme contigo si te matas. Y matarme contigo si te mueres. Es decir. Formar un solo cuerpo y una sola alma, fundirse los dos en uno solo, como dice Miguel Hernández en su poema “Hijo de luz y sombra”. Si quemaran mis huesos con la llama del hierro. Verían cuan grabada llevo allí tu figura. Pero estamos en el siglo del progreso y de las tecnologías hasta le extenuación, y el amor es hoy un encuentro concertado a través de una red social, porque hoy el cortejo es inadmisible y se actúa con el lema “aquí te cojo, aquí te mato”. Ni se conocen cuando llegan al altar o, mejor dicho, al juzgado; que ya el hecho de casarse en un juzgado suena a premonición de lo que te va a venir después.

“En México, un país con 120 millones de habitantes, el azar permite coincidencias en los lugares más pequeños. Tan pequeños como un juzgado penal, por ejemplo. Uno de estos afortunados encuentros ha tocado, de momento, el principal caso judicial contra la corrupción e impunidad en el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Este jueves se ha confirmado que el juez del caso de Rosario Robles, una exsecretaria de Estado investigada por una presunta trama de corrupción que operó durante el mandato del priista Enrique Peña Nieto, es pariente de una senadora de Morena, el partido del presidente. “Algunas voces, entre ellas la defensa de la política investigada por supuestamente permitir desvíos millonarios en dos ministerios a su cargo, consideran que el juzgador actuó con motivaciones políticas y personales”, escribe el periodista Luis Pablo Beauregard. El martes, el juez de control Felipe de Jesús Delgadillo Padierna vinculó a Robles a proceso por el delito de ejercicio indebido del servicio público. El togado decretó también la prisión preventiva en contra de la extitular de las Secretarías de Desarrollo Social (Sedesol), entre 2012 y 2015, y de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), de 2015 y hasta 2018. La decisión de dejar a Robles en prisión fue una medida cautelar motivada por el temor de que la exfuncionaria se fugara, como sucedió con el exdirector de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya, quien huyó del país para evitar comparecer frente al juez en un caso que se le sigue por un presunto fraude cometido cuando encabezaba la petrolera estatal. Delgadillo Padierna también lleva el caso contra Lozoya, aunque por ser un juez de control solo le corresponde vincular a un imputado a un proceso penal, pero no juzga ni sentencia.

La prisión preventiva de Robles fue considerada demasiado rigorista por diversos especialistas en derecho citados por la prensa nacional. La defensa de la exministra, investigada por hacerse de la vista gorda en el desvío de cinco mil millones de pesos (250 millones de dólares) a través de las instituciones que encabezaba, asegura que Robles había mostrado su buena fe presentándose dos veces frente al juez para conocer la acusación en su contra. Robles pasará dos meses en el Reclusorio Sur mientras la Fiscalía amplía la investigación y sus abogados preparan las pruebas en su defensa. Los abogados de Robles reiteraron en un comunicado que la decisión del juez fue equivocada y basada en “razonamientos políticos y personales”. Para comprender la queja de los abogados es necesario retroceder a 2004. En ese entonces, Robles era una prominente figura de la izquierda mexicana, el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Durante 14 meses, de septiembre de 1999 a diciembre de 2000, fue jefa de Gobierno del antiguo Distrito Federal cuando Cuauhtémoc Cárdenas abandonó el cargo para buscar la Presidencia del país. Su paso por la jefatura de Gobierno le permitió incrementar su poder en la capital del país. Su fuerza política, y la de toda la izquierda mexicana, retumbó hasta los cimientos en marzo de 2004, cuando la televisión emitió imágenes de René Bejarano, uno de los principales operadores de López Obrador, recibiendo dinero en las oficinas de Carlos Ahumada, un empresario de origen argentino que había sido contratista del Gobierno del Distrito Federal y quien mantenía una relación amorosa con Robles. La revelación fue un escándalo. Obligó a Bejarano a abandonar su diputación local y lo retiró desde entonces de los reflectores de la política nacional ante el recuerdo del vídeo que lo capturó embolsándose las ligas que ataban los fajos de billetes.

Bejarano está casado con Dolores Padierna, una combativa militante de la izquierda, primero en el PRD y después en Morena, el movimiento fundado por López Obrador en 2014 al que hoy representa en el Senado. Esa es la palabra clave en esta historia: Padierna. Es el apellido materno del juez que decretó la prisión para Robles. Dolores Padierna ha admitido este jueves que el togado es hijo de su hermana. La legisladora recordó en sus redes sociales que los casos que el juez de control lleva son “asignados al azar”. “Es un funcionario honesto que llegó a su cargo por méritos propios”, explicó Padierna en Twitter. La judicatura no se ha pronunciado aún sobre el caso, que nubla un proceso judicial que promete revisar las irregularidades en el desvío de dinero público en el Gobierno de Peña Nieto. La prisión preventiva de Robles ha sido bien recibida por la opinión pública, quien considera que la Fiscalía debe investigar las denuncias de corrupción heredadas. Pero la coincidencia en este primer caso ha dado armas a la oposición para quejarse de una cacería de brujas. Los más veteranos aseguran que en la política mexicana no existen las coincidencias.

Pedro Almodóvar, en ‘Carne trémula’, realizada en 1997, en la España transformada en democracia, después de muchos años dictatoriales, instaurados finalizada la Guerra Civil, hasta la muerte del Generalísimo, un 20 de noviembre de 1975, se muestra ya como un maestro de la narración cinematográfica: sabe perfectamente lo que quiere contar y cómo hacerlo. Víctor, un adolescente que terminó en prisión por una discusión con una mujer, sale de la cárcel para vengarse de los policías que lo encerraron. Volverá a buscar a la chica que quería, que se ha casado con uno de los policías… David (Javier Bardem) y Sancho (Pepe Sancho) son una pareja de ‘maderos’ que se encuentran con Víctor (Liberto Rabal), un joven inmaduro y marginal. Durante una noche de patrulla por la ciudad, en la que conocen a Helena (Francesca Neri), se desata una discusión entre ellos y David resulta herido en la columna vertebral. Víctor es detenido y condenado a siete años de cárcel, mientras que David tendrá que rehacer su vida postrado en una silla de ruedas.

Una noche de 1970 nace un niño llamado Víctor en un autobús urbano vacío y parado bajo una enorme guirnalda iluminada de Navidad. Es como el arranque de un cuento, un cuento de hoy, nada que ver con los de Oliver Twist del autor inglés Charles Dickens. Hace pensar en un Belén, en el Belén de unos tiempos en que no hay pesebres, ni madres vírgenes, ni san Josés, ni estrellas guías, unos tiempos duros y fríos de calles desiertas por un Estado de excepción del General Francisco Franco. Hace pensar en la soledad de esos tres seres (la madre de Víctor, doña Centro, y el conductor) que en unos asientos usados por cientos de pasajeros asisten a un parto, un parto mil veces narrado por el cine, pero al que el talentazo de Pedro Almodóvar le arranca una ternura, un humor y una verdad que se queda rondando por la mente días y días. En general, su cine deja el regusto de la carne muy hecha por fuera y sangrante por dentro.

Seguramente, para no perderse en palabrería, cuando el material con que se trabaja es tan sensible convienen imágenes contundentes como las zapatillas con las que la madre de Víctor tiene que salir corriendo de la casa en que presta sus servicios por la urgencia de las contracciones y entre las que rompe aguas en el autobús. Sugieren intimidad a la intemperie, prisa, momentos decisivos de vida o muerte en que uno no puede andarse con decoros, porque la realidad, la realidad brutal no es decorosa por mucho que la decoremos y tratemos con insistencia de refinarla. Pero sin duda el gran hallazgo de esta pequeña primera parte está en hacer descansar el peso del auténtico sentimiento maternal en una mujer marginal, doña Centro (Pilar Bardem), que obliga a detenerse el autobús hincándose de rodillas y con los brazos en cruz sin que por eso se le caiga el cigarrillo de entre los dedos, y que luego sin ningún remilgo corta el cordón umbilical con los dientes. Un sencillo acto de humanidad que la gente que ha sufrido sabe que hay que hacer. Qué gran historia se intuye detrás de esta mujer. “Mira, Madrid”, le dice con la boca ensangrentada al niño, mostrándole la puerta de Alcalá iluminada y marcando así el territorio de su futuro.

Estos tres maravillosos seres humanos (Pilar Bardem, Álex Angulo y Penélope Cruz) desaparecen de la historia, aunque no de nuestra memoria. Siempre los recordaremos en Víctor (Liberto Rabal) cuando en la secuencia siguiente aparece hecho ya un hombre. Entra en escena en moto y con casco pasando por la misma puerta de Alcalá iluminada de hace 20 años. España ha cambiado. Las calles están llenas de gente y se respira aire de libertad. Lo que antes permanecía oculto ahora está a la vista: trapicheo de camellos, prostitución. En este sentido hay una decisión de dar cuenta de un cambio político y social, de un antes y un después, en que ni el color de los autobuses ni las voces de la televisión son ya las mismas. Pero no por ello esta película apuesta más por la libertad y el compromiso que las otras. La radical libertad creativa que marca a fuego la obra de Almodóvar y que nadie puede discutirle es en sí misma un ejercicio de defensa de la libertad de expresión. Es admirable su empeño por contar su tiempo sin demagogia ni didactismo ni dejándose llevar por lo que los demás quieran ver, sino por lo que él desea contar, y digo lo de deseo con toda intención por ser la clave que domina el mundo y su cine. De hecho, su producción puede considerarse un testimonio sentimental, que no sentimentaloide, de los últimos veinte años en España. Al fin y al cabo, hacemos lo que hacemos porque sentimos como sentimos.

Pero volvamos al Madrid de los noventa, en que Víctor comienza a cruzarse casualmente con el resto de personajes hasta que sus vidas se mezclan dramáticamente formando un mundo autónomo. El amor, los celos, el odio, el miedo, la culpa, los atrapan en una tela de araña cada vez más tensa, convirtiendo unas vidas ordinarias y anónimas en extraordinarias. En la historia hay tres hombres y dos mujeres. Elena es el objeto de deseo de dos de ellos, Víctor y David; y Clara, de Sancho, su marido. David y Sancho son policías. Patrullan por Madrid en coche. David es serio, formal, y como sabremos amante ocasional de Clara. Soporta a trancas y barrancas a Sancho: un borracho temerario, obsesionado porque su mujer le ponga los cuernos y resentido con la sociedad, lo que se dice un cabrón, que le comenta a su compañero: “La gente que no bebéis os creéis que con no beber está solucionado todo”. Víctor es repartidor de pizzas (de ahí lo de la moto y el casco) y un romántico, que besa los labios de Elena impresos en un papel, mientras ella se prepara una dosis. Todos ellos, menos Clara, coincidirán en casa de Elena, donde se desata la tragedia, no sin antes asistir al encantamiento de David y Elena con un erótico movimiento circular de cámara que da ganas de salir corriendo a enamorarse de alguien. Pero avancemos, el resultado de este encuentro es que años después vemos a David (un Javier Bardem en estado de gracia) en los Juegos Paralímpicos de Barcelona 92 hecho un campeón del baloncesto y acompañado de una nueva y angelical Elena, que ahora es su esposa. Víctor lo ve desde la cárcel y le envidia a muerte. Como se ve, el asunto es intrincado y se complicará aún más, como la vida misma.

Creo recordar haberle oído contar a Pedro Almodóvar que una secretaria al escribir el título puso ‘Carmen trémula’, genial confusión que casi le obliga a cambiarlo. En plena Canícula, demostrativa del Cambio Climático, en Cancún, Playa del Carmen, Chetumal o en cualquier otras ciudades de México, los elogios o las críticas ante la prisión dictada contra ‘la Rosario Robles’, la entretenida asistente almodovariana, pudiera haberse vuelto a equivocar, con un título más actualizado para este ‘transformista’ 2019: ‘Rosario Trémula’.

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