EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

EL BESTIARIO

España no existía durante la Conquista de México

La invasión fue realizada por los reinos de Castilla y Aragón, cuyos reyes ni siquiera eran borbones, como es el caso de Felipe VI. Los descendientes del Huey Tlatoani, viven hoy en Cáceres, en la Extremadura de la Península Ibérica, a un mes de las elecciones generales del 28 de abril…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El estruendo que ha ocasionado en ambos lados del Atlántico la invitación al rey de España del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a que Felipe VI pida perdón por los atropellos de la conquista, pone de manifiesto al menos tres anomalías de las que ni un estado ni otro pueden sentirse especialmente orgullosos. La primera es que España, colectivamente, no ha reflexionado a fondo sobre los sufrimientos causados, y que quizá por ello desconoce o minusvalora la intensidad de esos sentimientos en muchos ciudadanos americanos. La segunda anomalía la encarna la manipulación de un sentimiento innegable de parte de los ciudadanos mexicanos para hacer política a favor propio. Si su objetivo hubiese sido lograr un consenso con vistas a la doble celebración en 2021 (bicentenario de la Independencia de México y 500 años de la caída de Tenochtitlán a manos de Hernán Cortés), habría mantenido sin estridencias, de forma reservada, el diálogo que ya había abierto con el gobierno español. A estos comportamientos, en México y en España, se suma la torpeza del procedimiento y el pésimo momento elegido para darlo a conocer, en plena precampaña electoral española. Todo habría tenido una connotación distinta si se hubiera explorado, a través de mediadores del servicio exterior de ambos países, la posibilidad de que España hiciera un gesto simbólico a favor de los pueblos indígenas, de cara a la conmemoración que se planea en 2021 al cumplirse 500 años de la caída de Tenochtitlán.

Eso le habría permitido al gobierno español la búsqueda de una fórmula y un texto conciliador para ese propósito. Una gestión discreta por parte de México para exhortar a España a apuntarse un logro diplomático y político en América Latina (la conquista de la región andina o del Caribe no fue menos violenta que la mexicana). En el lejano 1521, España no existía como país unificado, como era el caso de Alemania e Italia, que se unificaron con Bismarck y Vittorio Emanuele hasta la segunda mitad del siglo XIX. La conquista en contra de los mexicas fue realizada por los reinos de Castilla y Aragón, cuyos reyes ni siquiera eran borbones, como es el caso de Felipe VI. ¿A quién debe disculparse por los daños ocasionados a los señoríos tlaxcaltecas? Hoy en día, las familias de los condes de Miravalle-Moctezuma, descendientes del Huey Tlatoani, viven en Cáceres, España. Está claro que se sentirían tan halagados como sorprendidos con la visita de una delegación diplomática que se presentara de golpe a pedir perdón por los excesos causados hace cinco siglos atrás a sus familiares y a su imperio extinto.

Pedir cita con el psiquiatra o refugiarse en el corazón del bosque, esta es la disyuntiva que le queda al ciudadano español ante las próximas elecciones generales del 28 de abril, donde se ratificará o se separará del gobierno de Madrid, al socialista Pedro Sánchez. Como la campaña va a coincidir de lleno con la Semana Santa puede que en medio de la confusión los mítines se llenen de nazarenos con capirotes morados y al final los militantes más apasionados lleven en andas a su candidato como lo hacen los costaleros. Los agnósticos desde la playa con una cerveza en la mano verán en las pantallas procesiones con penitentes descalzos arrastrando cadenas tras los pasos de Cristos ensangrentados y de Vírgenes llorosas sin poder distinguir entre el látigo de los sayones y los insultos de cualquier líder político a su adversario. En un canal un orador sagrado pronunciará el sermón de las Siete Palabras, mientras en otro un candidato lleno de fiebre arremeterá contra los enemigos de la patria, que en su opinión serán los mismos que llevaron a Cristo al calvario. A esta amalgama de cirios, saetas, soflamas, tertulias y encuestas se unirá la veleidosa meteorología de abril con las amenazas de lluvia y sobre semejante enjambre de políticos y cofrades reinará el olor a aceite recalentado de torrijas y buñuelos. Al ciudadano que logre sobrevivir le esperan en mayo las elecciones autonómicas, municipales y europeas. Entre las ferias de Sevilla y de San Isidro, a los mítines acalorados se sumarán las romerías con caballos enjaezados y toda clase de tapas y bebidas, rebujitos, finos, chiquitos, entresijos, gallinejas y empanadas de pulpo bajo la alergia primaveral al polen de las gramíneas. Unos desde los tendidos de sol, otros desde el callejón con un puro en la boca aplaudirán o denostarán a los candidatos y el espectáculo culminará con el arrastre del último toro, que en este caso podría ser el propio ciudadano.

En el boxeo hay pesos mosca, pesos pluma, pesos gallo, ligeros y pesos pesados. Antes de subir al cuadrilátero se realiza la ceremonia del pesaje durante la cual desde la báscula los púgiles se retan, se insultan y llegan a veces a las manos, un artificio que se usa para crear la expectación ante el combate y animar el cruce de apuestas. Sucede lo mismo con los políticos cuando entran en campaña, solo que en este caso su categoría no la determina la báscula, sino unos conceptos etéreos, que conforman el espíritu del candidato, envueltos en las mentiras informativas, en la toxicidad de las redes sociales y en la procacidad de los manipuladores de opinión. En el ‘Libro de los muertos, nos recuerda el columnista español Manuel Vicent, hace miles de años, consta que el dios egipcio Anubis, en presencia de Osiris, pesaba en una balanza las almas de sus súbditos para decidir su destino. Esta acción con la que se establece el peso del espíritu se llama psicostasis. Estamos acostumbrados a que nos estafen en la calidad de las mercancías que compramos, en el componente químico de los alimentos que comemos, pero la mayor estafa está en el elevado precio que los políticos nos obligan a pagar por conceptos al parecer sagrados, la patria, la bandera, la unidad, la independencia, que si se pesaran se vería que no pesan nada, porque las grandes palabras en que están envueltos son puro flato. Si en un platillo de la balanza de Anubis se colocara el españolismo macarra con caballo y pistola de Vox y en el otro el alucinado sectarismo independentista del lazo amarillo, el resultado sería cero, nada. De hecho, sus respectivos líderes en un combate de boxeo se considerarían pesos mosca cuando no simples paquetes o directamente políticos sonados. No obstante, pese a su fanatismo, que raya en la imbecilidad, muchos ciudadanos los van a votar sintiéndose, al mismo tiempo, felices y humillados.

La voz, la imagen, la Red. La radio era la voz. En los años treinta del siglo pasado con la radio ascendió Hitler al poder, y en manos de su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, se convirtió en una formidable arma política. Durante la guerra, a través de ese aparato, los ladridos del führer fueron neutralizados en el espacio con las arengas de Churchill y De Gaulle. En la contienda civil española la radio propició la ardiente voz de la comunista Pasionaria llamando al combate y las insidias usadas por el general golpista franquista Queipo de Llano -mandó asesinar a Federico García Lorca- para desmoralizar al enemigo. Después, en la posguerra había que tapar el aparato con dos mantas para que los vecinos no se enteraran de que se estaba sintonizando la Pirenaica, la radio de la resistencia al Caudillo. El control de la radio por el poder fue constante hasta que 30 años después la voz fue sustituida por la imagen. Este cambio se produjo en el debate cara a cara en televisión entre Richard Nixon y John F. Kennedy el 26 de septiembre de 1960. Era la primera vez que la política hubo de someterse al lenguaje y a los códigos de la pantalla. En ese encuentro no fueron lo más importante las ideas, sino la telegenia de los candidatos. Nixon fue derrotado, porque apareció con el rostro sudoroso lleno de sombras frente a Kennedy, recién afeitado y con un bronceado de yate. A partir de entonces, los asesores de imagen elevaron la corbata del candidato al mismo nivel de su inteligencia. Tres décadas después, el poder de la imagen ha sido suplantado por la fuerza de Internet, que ha introducido la política en una charca llena de infinitas ranas, que se dedican a llenar las redes de impulsos irracionales, tóxicos sin control. Los discursos de Churchill y de De Gaulle han sido reducidos a simples y frenéticos tuits salidos de los dedos de Donald Trump, y en esa fétida charca chapotean los políticos todavía en chancletas sin saber el peligro que corren. Este es el panorama.

Como si el peinado masculino hubiera entrado a formar parte del mundo del arte, algunos peluqueros de moda ya se atreven a firmar como una performance exclusiva el tinte y corte de pelo de famosos deportistas, actores y otras celebridades. Al margen de esta tendencia artística, algunos caballeros acostumbran desde siempre a teñirse el pelo de negro azabache y entre ellos los hay que llevando las greñas de un lado a otro componen su propia instalación para ocultar una incipiente calvicie. Este complejo se puede entender entre individuos que no se aceptan como son, pero en un político denota una inseguridad que debería alertar al ciudadano. Si un político no sabe enfrentarse a este pequeño problema que tiene su cabeza por fuera, no esperes que pueda resolver los que tenga por dentro su cerebro y menos los de todo un país a la hora de gobernar. En el momento en que el pelo de Felipe González comenzó a encanecer se convirtió en un político respetable; en cambio, Aznar y Rajoy han mostrado siempre el pelo del color ala de cuervo, falso e inalterable, ajeno a la vida. A Barack Obama se le puso el pelo blanco como consecuencia de promesas incumplidas y de bombardeos criminales no evitados. Por otra parte, nadie sabe cuántas convulsiones cerebrales de bebé furioso seguirá cubriendo la empalizada teñida de calabaza, que Trump exhibe en el cráneo, culpabilizando estos días a México por los problemas que le están cayendo arriba las eternas oleadas de emigrantes centroamericanos y cubanos. Las exigencias morenistas de AMLO a la monarquía ya están coronando de canas la testa real de Felipe VI. Si Pedro Sánchez del PSOE perdura en el gobierno pronto una ceniza prematura comenzará a ascender por las patillas hasta cubrir por entero su cabeza como señal de su responsabilidad e impotencia, de sus dudas, insomnios y fracasos, de la angustia ante el famoso sapo con el que deberá desayunarse cada mañana. El presidente ibérico tendría que dejarse puesta esa ceniza, aunque solo fuera para demostrar que el poder es una carga insoportable.

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