Biografía del silencio
Muchos aseguran que la meditación sería la solución a todos los problemas humanos. Que practicándola podríamos ser más racionales, armónicos y felices.
Hasta comentan que esos cambios a nivel individual podrían extrapolarse a la sociedad, cambiándola por completo.
Y si uno mira los resultados de los que la practican de manera cotidiana, su tranquilidad, su paz interior, no tiene más que aceptar que es cierto. Sin embargo, no ha habido una epidemia de budas o cristos. Son contados los casos que logran trascender la coerción mental.
Si todo es tan fácil ¿porqué no lo aprovechan gratuitamente los seres humanos y millones y millones se despiertan a la realidad del presente?
Aparentemente nada nos impide ser felices, y la mayoría vive en el estrés. No existe dique que frene la risa y la mayoría de la gente hace cara de fuchi a todo. Todos podemos comer sanos, pero preferimos consumir alimentos chatarra. El amor y el perdón nos saludan todas las mañanas, pero repartimos rencores, odios y culpamos a otros de nuestra propia alteración interna.
Tiene que haber una explicación sencilla a todo esto. Si fuera tan asequible la alegría, ni siquiera habría razón para rechazarla, apartarla o destruirla. Desde los tiempos griegos se preguntaba a Aristóteles qué era lo que más buscaba el ser humano y respondía sin pensarlo: la felicidad. Así que desde que se tiene memoria se intenta superar el estrés y a pesar de los avances de la ciencia poco es lo que se ha logrado avanzar.
Dice el Dalai Lama que, si todos los niños del mundo meditaran, erradicaríamos la violencia en dos generaciones. Y se necesita simplemente un espacio sencillo y tranquilo, unos momentos de respiración relajada, concentrarse en el presente mirando hacia tu propio interior sin rechazos, sin críticas ni rencores, solamente con amor y aceptación.
Elemental forma para superar la ansiedad, el estrés y la tristeza.
Pero con gusto la mente encuentra un mecanismo para enajenarse. No tenemos que andar chaplinescamente apretando tornillos entre las máquinas, la salvaje modernidad nos ha puesto una barrera con los celulares y computadoras. Y hay que festejar todo lo que existe, estamos cerca de la algorítmica y alucinante inteligencia artificial, que desplazará al cerebro lleno de simbolismo que vive con miedo en su casa hecha de conjeturas inestables.
Todo esto reflexioné mientras leía el libro del cura católico Pablo D’Ors, Biografía del Silencio, en el cual nos habla de la necesidad de aprender a escucharnos a nosotros mismo, aislarnos del ruido y atrevernos a mirar las sombras que nos rodean.
Me gustaba sobre todo una frase sencilla: «Meditar es sencillo, lo difícil es querer meditar». Esa es la cuestión. Hay algo que nos impide aterrizar a la realidad: la mente. Tenemos un cerebro poderoso, que controla hasta el más insignificante movimiento de cada uno de los billones de células que tenemos. Al que no le gusta meditar porque siente que pierde el control y como todopoderosa no le gusta estar en segundo plano. No pensar, es dejar de identificarse, perder todo referente que en cada neurona se ha acumulado como experiencia o conocimiento. No lo puede permitir.
Pero volvamos al doctor Pablo D’Ors, para él, las enfermedades del ser humano son tres: la culpa frente al pasado, el miedo frente al futuro y el apego ante el presente. La razón o causa de las tres es la misma: vivimos demasiado hacia fuera y poco hacia dentro.
Prosigue: todos los que vivimos en las grandes ciudades, aunque en distinta medida, somos víctimas de este triple cáncer. La única salida es, a mi parecer, fomentar una cultura de la interioridad, lo que no parece una prioridad en nuestras instituciones. Hemos de aprender a vivir en el presente desde el ser, venciendo esas tentaciones permanentes que son el poder, el tener y el parecer. Para ello la vía del silencio es claramente el camino.
Cree que el silencio es tan importante, al menos, como la palabra, probablemente más. La respiración es un ritmo biológico doble: inspirar y expirar. Vivimos solo espirando, dando solo vertidos hacia fuera; pero también necesitamos inspirar, acoger, callar para recibir lo que se nos ofrece.
Lo que llamamos ego es todo aquello con lo que nos tratamos de definir. Incluye nuestras filias, fobias e ideologías. Y lo creemos a pie juntillas para intentar sentirnos seguros, aunque la inseguridad carcome los cimientos y se aparenta soberbia. El párroco promotor del silencio considera que del hombre contemporáneo poco sabemos, sabemos muy poco de nosotros mismos. Hemos de reconciliarnos con nuestro no saber, vivir serena y alegremente nuestra ignorancia; es a eso a lo que conduce la meditación.
Por lo común la gente no puede permanecer en silencio ni media hora. Aunque varios practican el silencio días, semanas, meses y logran grandes cambios en su personalidad. Los gritos de su mente se apaciguan, el perrito mental se cansa de ladrar y descansa en un rincón, ajustándose al ritmo de la vida, poniendo en concordancia pensamiento y acción.
D’Ors considera que toda esa inquietud es porque no nos gustamos. Porque no somos solo verdad, belleza y bien, como nos gustaría, sino también codicia, ambición y vanidad. El silencio nos devuelve a nuestra patria y nos asusta darnos cuenta de que hemos vivido toda la vida como extranjeros. Por otra parte, tampoco es imprescindible estar en silencio más de media hora al día. Con ese tiempo es suficiente para que la estructura de nuestra vieja personalidad se agriete y empiece a nacer una nueva.
Y agrega: no se trata de ser un experto o un virtuoso, basta con ser un aficionado al silencio.
Debemos erradicar el mito de la mente en blanco. El ideal no es el control absoluto de la mente, sino la absoluta aceptación de lo que la mente es, lo que es algo distinto. No se trata de alcanzar la perfección formal, sino la pureza de corazón. No amamos lo perfecto, sino lo auténtico. La vida no es perfecta y la meditación tampoco, basta que estemos vivos y despiertos. El principal “beneficio” de la meditación es que podemos acercarnos a quienes realmente somos.
Visualiza con optimismo lo que esté por venir: creo que el mundo futuro será místico, más volcado hacia el interior, o no será. Entreno mi confianza todos los días y, sin cerrarme al horror del mundo, veo mucho más bien que mal, más cosas hermosas que feas, más personas buenas que malas, muchos más motivos para la esperanza que para la desesperación. Entiendo que muchos considerarán que esta visión es pueril, pero yo siento realmente que la pueril es la suya.
Es una maravilla encontrarse alguien así.
Así que les recomiendo seguir sus consejos para mantener una vida más sana y relajada.