La Columna Gerardo García

La turismofobia: el nuevo reto de la industria

Gerardo García

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Es que quizás en efecto se trata como todo cuando el exceso domina. Es que tal vez hay cierta razón en aquella teoría que refiere que hay bondades que depredan. Es que son tiempos descarnados que suponen que sí, que el mercado domina. Es que quizá de igual manera es tan difícil aceptar la realidad.

En este verano han brotado, principalmente en ciudades europeas, protestas contra una de las actividades económicas que mayor sustento les generan: el turismo. Igual en Bruselas, que Amsterdam, pero principalmente en una de las ciudades más visitadas del mundo, Barcelona -30 millones de visitantes anuales-, ciudadanos se manifiestan en contra de lo que llaman la invasión del turismo que, para ellos, les genera más perjuicios que beneficios.

Recupero un párrafo de un noticia publicada en el periódico El País el pasado domingo que daba cuenta de una protesta realizada en las playas de la capital catalana: Dos centenares de vecinos del barrio de la Barceloneta han ocupado este sábado por la mañana la playa exigiendo el fin de los apartamentos turísticos y de la especulación inmobiliaria que sufren, a su juicio, por excesos del turismo. Los vecinos, ataviados con camisetas amarillas con el mensaje: La Barceloneta no está en venta; han tomado pacíficamente la zona que denominan La Caleta y que separa la playa de la Barceloneta de la de Sant Miquel. Allí, decenas de pancartas en la arena en las que se podía leer:  Vecinos en traspaso. Stop masificación turística”, la Barceloneta no se vende, quiero crecer y jugar en la Barceloneta, “no queremos pisos turísticos”… Proclamas que se entremezclaban con toallas de bañistas dispuestos a comenzar una jornada de agua salada y sol.

Ésta, una protesta que se genera principalmente por el impacto que han tenido los residentes de ciertos barrios de esa ciudad por el éxito de plataformas de alojamiento entre particulares, como Airbnb, que les ha encarecido de manera brutal el alquiler de sus departamentos. Ojo, por lo que se sabe, la principal protesta al menos ahí, es derivada de ello, tal como se lee en esta otra parte de la nota: Mientras, los bañistas miran expectantes el espectáculo, todos se apresuran a remarcar que no es “turismofóbico”. Esther Jorquera, de la plataforma en defensa de la Barceloneta, añade matices al discurso: El problema es la especulación. Cada mes hay decenas de desahucios a vecinos que viven en pisos de alquiler. No es admisible que los propietarios pidan 1,000 euros por pisos de 30 metros cuadrados.

Lo descarnado del mercado, pues.

Es cierto que hasta ahora este fenómeno se ha manifestado en ciudades europeas y principalmente en España, el tercer país más visitado del mundo. Pero no es privativo. Ya en destinos mexicanos como Cancún, una ciudad que depende al 100% del turismo, se han gestado movimientos que van en pos de impedir el crecimiento de esta industria, por considerar que es mayor el daño que genera, que sus beneficios. Algo muy equivocado parece en una ciudad, una región que vive de éste. Sin embargo, para algunos, el turismo es una actividad que genera bastantes costos, tanto sociales, como a la naturaleza. Algo rebatible, sin embargo.

Lo que está sucediendo en Barcelona tiene mucho que ver con el crecimiento de los alojamientos turísticos en zonas residenciales. Para muchos inversionistas les produce mayor regalía el alquiler de corto plazo a turistas, que el de largo plazo a residentes. Es cierto que de igual manera la masificación de la industria, un fenómeno al que nadie puede sustraerse, ha ocasionado de manera colateral un impacto fuerte en los servicios públicos de las ciudades en donde se encuentran destinos exitosos. Igual en Barcelona, que en Playa del Carmen, por ejemplo.

Este es un fenómeno que la industria turística no debe dejar pasar. Nadie quiere ver manifestaciones de «tourist go home», supongo yo. Es la gestación de algo más fuerte que puede devenir en un problema mayor.

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