LA JIRIBILLA Jorge González Durán

Custodios de un sueño

El domingo se celebró en Tihosuco el 17  aniversario del inicio de la mal llamada Guerra de Castas. Una fecha que se conmemora desde 1974. Recuerdo lo que un sobreviviente de los últimos combates me dijo hace 45 años en Dzulá:

 

A veces pienso que somos un ejército de sombras custodiando un sueño, porque muchos de los nuestros ya murieron, y yo estoy cerca de la muerte porque poco a poco me olvido de las cosas. Morir es ya no poder recordar ni donde nacimos, ni hacia donde se dirigen nuestros pasos. La muerte es un olvido total. Es ya no saber si existe un pasado; es ignorar el presente; es caminar sobre todos los tiempos; es ya no poder soñar.

Por eso pienso que ahora somos unas sombras que se niegan a morir del todo. Las sombras ya no pueden recordar, pero nosotros mientras vivamos, los recordamos.

-Ustedes ya no tienen capacidad de combatir con las armas, le dije-

-Entiendo lo que me dices –me respondió. Pero entonces tenemos una ventaja, porque las sombras no pueden ser derrotadas. Lo mismo se mueve en la noche que en el día con el sigilo del jaguar, con su misterio y con su valor. Somos la sombra del jaguar. Y sólo nos puede delatar la melancolía.

Sintió en la espalda el peso de la madrugada. A pesar del ladrido de los perros se sumió en un profundo letargo. Un leve temblor sacudió la hamaca. Pensó que era Justina, su primera mujer, la que murió en la batalla de Hobompich.

Y esta vuelve a recordarla. Él estaba en Nohpop con su compañía esperando la hora de enfrentarse a los federales, cuando le dijeron que estos habían incendiado Hobonpich y que no había sobrevivientes. Pocos días después le llegó la conformación de que su mujer embarazada había muerto en medio de las llamas.

La noche se acerca al tiempo donde todo es olvido. Mi memoria tropieza al pretender rastrear las huellas ocultas de la guerra.

Esta noche adelgaza el viento, acerca los ruidos. Me siento habitante insubstituible de esta noche prodigiosa.

-¿Cuál fue la labor de tu vejez?, me atreví a preguntarle. Y él me respondió:

-De repente se asoman a mi memoria  las voces de la ausencia. Son las voces que me llegan de los árboles, de las piedras, de las viejas trincheras donde está la sangre de los nuestros. Por eso me despierto en la madrugada para conversar con los que regresan del olvido.

A los animales y a las debes nombrarlas con respeto, como si te refirieras a las personas de tu familia. Los animales y las cosas, como las piedras y los árboles, sienten, es decir, les alegra o les duele nuestra conducta para con ellos.

 

 

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